Mi prometido me pidió que vendiera el departamento que mi difunto padre me dejó – para que su madre pudiera jubilarse. Dije que sí, pero nunca le dije a quién se lo vendí

La decisión que lo cambió todo

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De todas las cosas que Trevor podía pedirme que hiciera, vender el condominio que papá me dejó no era lo que yo esperaba.

Sin embargo, allí estaba él, convenciéndome de que era lo correcto para que su madre, Linda, pudiera disfrutar de una cómoda jubilación.

La cabeza me daba vueltas al pensar en los recuerdos de papá en aquel lugar, y decir "sí" me dejó un nudo en el estómago.

Carla, mi mejor amiga, me advirtió que no me precipitara, pero a veces mis decisiones pueden sorprenderme incluso a mí.

Lo que Trevor no sabía era quién había comprado el piso, y me moría de ganas de ver su reacción.

Solicitud de café informal

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Una mañana, mientras Trevor me daba una taza de café humeante, dejó caer casualmente la idea: "¿Por qué no vendes el piso de tu padre?".

Parpadeé, sorprendida. El cálido aroma del café no podía disimular el escalofrío que se apoderaba de mis pensamientos. "Está ahí parado"

, continuó encogiéndose de hombros, "podría ayudar mucho a mamá a jubilarse". Lo hizo parecer tan sencillo, como si no significara desprenderse de todo lo que papá apreciaba.

Luchando contra el shock

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Me quedé allí sentada, totalmente aturdida, tratando de entender la sugerencia de Trevor. Creía sinceramente que era mejor vender el piso que conservarlo, sin tener en cuenta el cariño que le tenía.

Su tono práctico contrastaba con mi creciente conmoción. "Piénsalo", me instó, "ganaríamos, no perderíamos".

Mientras asentía, en algún lugar de mi mente resonó un grito silencioso que aún no estaba preparada para expresar.

Ecos de la risa de papá

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La voz de Trevor se desvaneció mientras mi mente regresaba al piso de papá. Casi podía oír su risa rebotando en las paredes, los recuerdos de tiempos más sencillos inundándome.

Trevor siguió hablando de posibles compradores, sin darse cuenta de cómo se me oprimía el corazón. "Mucha gente estaría interesada"

, aseguró con entusiasmo. Asentí con la cabeza, pero sólo podía pensar en lo ruidoso y lleno de vida que solía estar aquel lugar y en lo vacío que podría quedar.

Una llamada a la realidad

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En ese momento, sonó mi teléfono y el tono familiar rompió mi trance. Era Carla. Su voz, siempre calmada y tranquilizadora, me devolvió a la realidad.

"Hola, ¿qué tal? Pareces apagada", me dijo al notar mi vacilación. Suspiré: "Trevor quiere que venda el piso de papá".

Hubo una pausa, llena de apoyo tácito. "¿En serio?", preguntó suavemente. Asentí con la cabeza, olvidando que no podía verme, y dejé que su voz calmara mis pensamientos.